hernán en el país de las maravillas

el barco en el que estoy navegando ahora está bueno bueno. es uno rojo que anda por el caribe con un flaco arriba gritando a cada rato ¡¡¡Faaaah mirá eso!!! el velero se llama aphrodite y viene con todos los chiches, eso que está ahí tiene pinta de stereo pero capaz que lo apretás y sale helado de banana split. es tanto más grande que el shamrock que cuando vas de proa a popa cambia la hora. le falta una canchita de fútbol 5 y sería perfecto. ok, es perfecto, pero igual le falta una canchita de fútbol 5. mi nuevo jefe es martín varsavsky, y cuando a mediados de diciembre me preguntó si podía estar en st. maarten dentro de 4 días, pensé que se trataba de una cámara oculta. es como si a vos, que querés ser astronauta, te dijeran si te gustaría trabajar en la nasa, pero tenés que volar a la luna pasado mañana. a st. maarten no llegué en 4 días, llegué en 3. y hablando de 3, cómo garpa washington con las azafatas. es que el turro es tan de peluche. qué bien me hubiera venido a los 17, 18, remando como un condenado toda la noche para robar un beso. cuando llegué a st. maarten no leí ningún cartel que dijera BIENVENIDO AL SURREALISMO, pero en algún lado seguro que estaba: pasar navidad en barbuda, año nuevo en st. barths, escuchar las sirenas de los yates en lugar de petardos cuando se hacen las doce, subir al velerito de rupert murdock, navegar mirando el fondo del mar, hacer snorkel para verlo más de cerca, amarrar junto a cruceros que juegan a ver quién tiene el más grande (acá el que no tiene un helicóptero encima es un pichi), navegar a metros de veleros de regata que sólo había visto en las revistas –y en las caras–, recorrer islitas donde nadie vive a más de 2 cuadras de la playa, estar en el aphrodite y que de repente caiga uno de los creadores de google, cruzar una calle y que los autos paren [view photos!].